miércoles, 1 de diciembre de 2010

Capítulo 2. Nací a la edad de cero años, lo demás ha ido surgiendo.

Mi pueblo era pequeño, tan pequeño que no tenía Plaza Mayor, ni cura. Las curas nos las hacía el practicante que, aunque no era católico practicante, de vez en cuando nos contaba sus dudas sobre lo humano y lo divino. Nos decía que Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó, pero que él no entendía que Dios se pudiera cansar, pues si Dios se cansaba es que no era todopoderoso y que si tampoco podía cansarse seguía sin ser todopoderoso. Una vez demostrado que Dios no lo era, nos decía en su favor que para el poco tiempo que tuvo, el mundo le había salido redondo. Como buen practicante, empezó a practicar deporte desde muy joven. Con nueve años su entrenador de tenis le dijo que para ganar debía sujetar bien fuerte la raqueta e intentar romper el servicio cuantas más veces mejor. Un año le costó al míster descubrir que aquellas palabras fueron la causa de los destrozos en los baños de aquel club de tenis y las quejas de los padres del chiquillo al comprarle la quinta raqueta. Con catorce años y en plena adolescencia Venancio, que así se llamaba la criatura, dejó las pistas de tenis y se pasó al deporte nacional por excelencia (en aquellos años su excelencia era el generalísimo Paco). Los compañeros el primer día le dijeron: las espinilleras son para evitar que te revienten a patadas las espinillas y el muy bruto salió al campo con ellas puestas en la cara. El árbitro, que era del pueblo de al lado, fue el único que no se rió y aunque  siempre salía al campo apestando a vino era abstemio. El secreto de ese hedor era porque alguien le dijo una vez que las botas conviene tenerlas llenas de vino que si no con el tiempo se resecan y se estropean. Es que los del pueblo de al lado a pesar de tener cura, no tenían cura. Pero para lista la hermana del Venan, que recién cumplidos los dieciocho se apuntó a saltos de trampolín y cada vez que acudía a entrenar en vez de tirarse a la piscina se tiraba al socorrista. La relación empezó con un ¿te enseño a hacer el boca a boca? y terminó cuando él se enteró que la había dejado preñada y se marchó del pueblo a socorrer otras almas saltarinas.
Pero sin duda uno de los mejores recuerdos de mi niñez, eran las tardes que jugaba tirado en la acera con un indio y un vaquero de plástico y sus respectivos caballos. Podía pasar horas y horas jugando con ellos. No me explico cómo podía estar tanto tiempo jugando, ni recuerdo bien que aventuras rondaban por mi cabeza, sólo sé que al final siempre ganaba el vaquero y que sólo podía interrumpir ese juego el paso de una hormiga a la que yo seguía para que me llevara a su hormiguero. Esta era realmente mi gran pasión de niño, Los hormigueros y las hormigas.
Siempre me fascinó el mundo animal, pero no sé que tenían las hormigas que estaban siempre rondando en mi cabeza. Si no que se lo digan a mi madre. Si quería reclamar su atención sólo tenía que decir: Mamá, ¡tengo piojos! Ella saltaba como un resorte y venía a investigar entre mi pelo moreno y acaracolado. Kukin, que así me hacía llamar desde que nací, ¡qué piojos ni qué piojos!, lo que tienes otra vez es la cabeza llena de hormigas. De estar por el suelo estudiando su comportamiento, aprendí valores como el esfuerzo y el trabajo en grupo que en adelante, sin yo saberlo, iban a marcar mi vida. Pensaba que las hormigas eran muy educadas y que se saludaban con dos besos cuando se cruzaban de frente, hasta que comencé a ponerles obstáculos cuando andaban en fila india. Observé que a pesar de las trampas que les ponía ellas volvían a encontrar el camino y deduje que no eran besos lo que se daban sino que eran hormigas que se hablaban. Toda una tarde estuve con la oreja pegada al suelo a ver que decían. Mi siguiente deducción fue que eran mudas o hablaban muy flojo. Este descubrimiento me sirvió hasta que empezaron a echar por la tele “la hormiga atómica” que además de hablar,  tenía un casco y súper-poderes. Después de Falete, la hormiga atómica fue mi mejor amiga en aquellos tiempos. Yo sé que hoy en día estos dibujos crearían cierta polémica, a no ser que se llamara “la hormiga eólica” y devolviera el casco para su reciclaje. 
Los humanos tenemos que aprender muchas cosas de estos pequeños animalitos. Por ejemplo a respetar la cola. Las colas de las hormigas siempre avanzan y en cambio las colas de los hombres… Bueno no me quiero desviar del tema. Hay otros ejemplos que a mí me han hecho pensar. ¿Por qué las hormigas son monárquicas y no republicanas? ¿Por qué las hormigas soldado no hacen la mili? ¿Por qué las hormigas obreras no tienen sindicato? ¿Por qué los humanos hacemos nuestras casas con hormigón y las hormigas no? ¿Es acaso Pablo Motos la reina del hormiguero?
El caso es que, para quitarme las hormigas de la cabeza, mi madre me la lavó y a mí se me escapó un “coño” cuando me entró jabón a los ojos. “No digas tacos que pareces una verdulera” dijo mi madre y yo no alcancé a comprender el significado de aquella frase hasta el día que la acompañe al mercadillo y apareció ante mis ojos la señora que nos despachó los calabacines. Desde ese día me juré a mí mismo nunca más decir un taco, cosa que no debo haber cumplido pues cada día que pasa me parezco más a esa mujer cuya imagen permanece aún grabada en mi retina.
Era tan fea aquella mujer que hasta agradecías cuando te daba las verduras por encima del mostrador y aquella bolsa tapaba por un instante su cara. En cambio su hija llegó a ser reina de belleza en las fiestas del pueblo y no lo entiendo porque su padre, el alcalde, era también bastante feo. Es que esto de la genética es una maravilla. Sin duda la gente de hoy es más alta y más guapa que antes, y eso que hace mucho tiempo éramos monos. Lo que no tengo claro es si tenemos la misma capacidad de aguante que tenían nuestros antecesores. Lo digo porque Falete me preguntó un día: ¿Cuántas veces crees que se puede hacer el amor en un día? Le dije que porqué me hacia semejante pregunta y me contestó que Paco, el de la taberna, le había dicho que ese día se había tirado 54 rubias. Será fanfarrón le dije, si en el pueblo no hay tantas, ni siquiera contando a todas las teñidas. Paco, a pesar de ser un hombre rudo con la gente de su edad, era afable y cercano con nosotros. Cuando no trabajaba siempre nos buscaba como si no quisiera crecer y casi llegó a formar parte de nuestra pandilla. Creo que nunca dejó de ser un niño.
Era tan burro que una vez, de pequeño, se puso malo y sus padres lo llevaron al veterinario y acabó liado a patadas con aquel pobre hombre, igual que el día que hizo corto de pan en la taberna, entró en la panadería y acabó liado a tortazos con el panadero porque había vendido todo el pan. Cuando salía por la puerta dijo: A falta de pan, buenas son las tortas.
Las malas lenguas decían que Paco no descendía de buena cuna a pesar de que su actual familia era la que más virtudes tenía de toda la villa, la abuela, su madre y su prima Virtu.
Un día nos visitó en el colegio un señor del Ministerio para explicarnos las nuevas ciencias que se impondrían en un futuro no muy lejano. Una de ellas era la grafología. Nos explicó que esa ciencia algún día podría ayudar, por ejemplo, a conocer el carácter de los delincuentes y saber de antemano su modus operandi y por lo tanto a detenerlos con más facilidad. Falete como buen hijo de benemérito y que siempre estaba a todas dijo: Señor, no le entiendo. Para que nos escriba algo, primero tendremos que detenerlo. El señor se quedó un rato callado hasta que decidió hacernos una prueba práctica. El único adulto que conocíamos que sabía escribir era nuestro maestro D. Julián. Cuando el Sr. grafólogo vio lo que había escrito D. Julián, dijo: Perdone, pero Ud. es tonto. Nuestro maestro que era un hombre recto y correcto no dijo nada, pero nosotros no pudimos pasar por alto el insulto a la autoridad y aquel hombre salió corriendo del pueblo a toda prisa, perseguido por toda la escuela y unas cuantas piedras que corrían más rápido que nosotros. Más tarde nos dimos cuenta que el maestro había escrito con una caligrafía perfecta y sin salirse de las dos rayas y que sólo los maestros de aquel entonces podían hacer.

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