domingo, 27 de marzo de 2011

Capítulo 3. Nací a la edad de cero años, lo demás ha ido surgiendo.

Al tiempo descubrí que la vida por sí sola te va cambiando los planes, poco a poco, sin que tú seas consciente de ello. Lo digo porque al padre de mi mejor amigo Falete, lo destinaron al pueblo de al lado. Como su padre era sargento y lo destinaron, en mi pueblo le pusieron el mote de “el mando a distancia”. Años más tarde cuando llegó la televisión los guasones de mi pueblo al mando a distancia le llamaban “el benemérito” en honor al padre de mi mejor amigo. Aquello dejó en mí un vacio que sólo pudo llenar las esporádicas visitas al nuevo destino de Falete llevado por su padre cuando tocaba patrullar por el pueblo, y el acercamiento de mi segundo mejor amigo Urbasón. Se llamaba así porque el médico les dijo a sus padres al nacer que había que ponerle al bebé Urbasón. En aquellos tiempos había que acatar cualquier orden o mandato de cualquier agente de la autoridad o gente con estudios y sin poner alguna objeción. Lo peor de todo era que se apellidaba Ampollas.
Un año Falete me dijo que había hecho el descubrimiento más importante de la humanidad y quería compartirlo conmigo que para eso era su muy mejor amigo. Resulta que eran fiestas en su nuevo pueblo y montaron una plaza de toros y sus padres le llevaron a ver a torear a las mejores figuras del momento y quería que yo fuera al día siguiente para enseñarme su hallazgo. Ya en plena faena y cuando salió el picador me dijo que me fijara en el hombre bajito de la vara que arreaba al caballo. A mí me pareció un hombre raro pero no daba con el chiste. Falete me dijo emocionado, es él, el monosabio, el eslabón perdido de la teoría de Darwin. Esto demuestra que descendemos del mono. Yo le contesté “cara mono sí que tiene, pero sabio… no parece”. De esa tarde saqué algunas conclusiones claras. A las monteras de los toreros les falta un cuerno para llegar a ser tricornios beneméritos. No entendí porqué los toros se fijaban más en el capote que en el pedazo paquete que marcaban los espadas. ¿Por qué les tapaban los ojos a los caballos y al toro no? ¿Por qué le llaman corridas de toros si no hay vacas en la plaza? Total que también descarté ese día la profesión de torero de mi vida futura.
Qué pena cuando eres pequeño, siempre deseando ser mayor y poder tener las cosas que ellos tienen. Me refiero a poder tener los hijos o nietos a nuestra edad. Edad en la que no entendemos para nada a nuestros mayores y en cambio si tuviéramos nuestros hijos o nietos de pequeños, jugaríamos con ellos genial. Aunque con mi abuelo siempre me llevé bien, si hubo alguien que compartió de verdad conmigo fue el hermano menor de mi padre, el tío Pepe. Recuerdo un día que lo vi apoyado en la repisa de la ventana del salón, con rostro triste y mirando al infinito. Al verlo así le pregunté qué era lo que le pasaba y me confesó: “Me siento sólo” Yo le contesté que sentarse sólo es bueno, que lo malo es que te tengan que ayudar como a la abuela. Mi tío sonrió y me miró diciendo: “Son cosas de mayores, que algún día entenderás” Esto me picó bastante, los mayores no tienen sentido del humor infantil, lo pierden con la primera erección o regla. Así que le dije: Tío, sólo, estás porque tú quieres, yo que tú me buscaba una pareja. En mala hora se lo dije, pues ese día había leído en su horóscopo que hiciera caso a un buen consejo que un familiar le iba a dar. A los dos meses lo volví a encontrar en la misma ventana, mirando al mismo infinito. Cuando me vio se quedó mirándome, como esperando que le dijera algo. Hubo un momento muy largo de silencio. ¿Qué? Le dije. Cogiéndome del hombro me dijo: Te hice caso y ya tengo pareja, pero ahora no sé por cuál de las dos decidirme. Clara me dijo que Rosa o yo. Rosa, no sé. Parece que sólo piensa en sexo y apenas nos hablamos. Y Clara… hubo un silencio y se le iluminó la cara sólo con nombrarla, Clara… hace mucho que no sé de Clara. Tío, si hace mucho que no se declara, es que se ha declarado alguna vez, declárate tú hombre que se te ve en la cara. Mi tío que continuaba sin entender el humor infantil, esa misma noche y con un megáfono en mano y alguna copa de más, le juró amor eterno por todo el pueblo a Clara. Al ser detenido, la guardia civil le dijo: Pero hombre Pepe, ¿Qué va a pensar el pueblo? Y mi tío va y les declara: “Me importa un huevo y la yema del otro, yo me quedo con mi Clara”. Al poco tiempo a mi tío en el pueblo le llamaban “Pepe el declara” por dos motivos. Uno por su novia y otro porque a partir de entonces todo lo que hacía o iba a hacer mi buen amigo y tío, lo anunciaría con una declaración formal.
Menos mal que no escogió a Rosa porque más tarde me enteré que la tal Rosa era una ninfómana declarada y que al final se casó con un mago de la capital, porque le dijeron que andaba todo el día echando unos polvos mágicos. Cuando se enteró que tan maravillosos polvos sólo se los echaba a sus instrumentos de trabajo, se le cayó el mundo encima. Pasó una mala época y estaba tan desesperada que acudió a una pitonisa que por aquel entonces se anunciaba en multitud de pasquines por toda la comarca con el eslogan “Adibino el mas aya” Que le leyera la mano una analfabeta le importó menos que la bragueta a un nudista. Por cierto hablando de nudistas, yo siempre he pensado que los expertos en hacer nudos eran ellos, pero no saben hacer ni el nudo a una corbata.
Volviendo a mi tío, mi tía Clara fue la que le dio la seguridad que necesitaba. Le convenció de que lo mejor para ahogar las penas no era el alcohol sino el buceo. Mi tío, que ese día había leído su horóscopo, se compró un traje de buzo con sus aletas y gafas graduadas y progresivas, que para eso sí que era fino, y aunque nunca se propuso competir, llegó a ser campeón de España. El tío Pepe campeón de España de buceo, increíble. El día que le entregaron el trofeo declaró: “Ser campeón de España, en el fondo, no es tan difícil”