sábado, 19 de febrero de 2011

Ensayo sobre el vino

Había una vez un tinto joven que de pequeño tenía muy mala uva. Aunque era de alta cepa, pues tenía un primo de Rivera del Duero, estaba siempre en la parra. Al cabo de unos años viajó a Oriente y conoció a Tinta y se decantó por ella. Una noche loca la degustó sin corcho y al no llevar protección, Tinta quedó embarazada. Cuando empezó a notarse su barrica, decidieron casarse celebrando una bodega por todo lo alto. Unos meses más de barrica y tuvieron tintillizos. Dos tintos muy tontos, un blanco albino, un fino y un reserva del Sporting de Gijón. Todos se criaron bien menos el fino que un día le dio un sauvignon de azúcar. Llamaron al enólogo que le recetó unas inyecciones de vino de aguja, pero el fino se picó y se hizo vinagre. Se encargó del entierro el Sr. Cava Quete Cava.
Con el tiempo este incidente dañó su maridaje y después de superar la crianza de sus otros cuatro jóvenes, tuvieron clarete montar una tintorería todo a cien, que para eso Tinta era tinta china. Como no les funcionó el negocio pusieron otro de sumillieres de láminas de Roble para el reposo de licores añejos. Tampoco funcionó. Estaba claro que eran vinos abocados al fracaso, pero la añada les hizo menos secos y más dulces. En sus bodegas de plata, Tinto decidió retirarse en su botella para ser probado por el rey de las catas, el Rey de Copas. Tinta se encargo de la etiqueta.

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