sábado, 11 de diciembre de 2010

Experiencia en un gimnasio

Nunca, nunca en la vida había pisado un gimnasio. Siempre había pensado que alguien con estas pintas no iba a pasar desapercibido entre tanto cacho y entre tanto cachas. Y yo aunque soy muy tolerante, de los gimnasios la gente siempre ha comentado cosas…, sí cosas como que el suelo de las duchas es una pista de aterrizaje de pastillas de jabón y quienes las están controlando no son necesariamente controladores aéreos. Total que hace unos meses, concretamente a principio de año, como hacemos la gran mayoría, me apunté con cierto ánimo a uno que tengo justo debajo de casa para ver si perdía unos kilos. No sólo no los perdí sino que debí coger los que perdían los demás. Todo porque el monitor el primer día me dijo que el éxito estaba en hacer ejercicio y tener una buena alimentación. Lo del ejercicio me parecía un sacrificio pero estaba dispuesto a intentarlo, sobre todo porque ya había pagado la matrícula, pero lo de la buena alimentación me sonó mucho mejor. A mí, que ya estoy bastante bien alimentado, no hace falta que me animen y empecé… y seguí… y venga que te dale y venga que te dale… Para más INRI, el tercer día me dice que si era persistente tendría una tableta de chocolate en el abdomen y yo… pues a persistir con el chocolate… y venga chocolate y venga chocolate. No pasó mucho tiempo hasta que entendí, comentándolo con mis compañeros de fatigas, que se refería a marcar los abdominales. Es que yo de siempre he tenido sólo uno, que me nace debajo del pecho y se dirige en parábola hacia abajo hasta tapar el cinturón. Después de descubrir que lo más pesado del gimnasio son las pesas y que el desánimo se acrecentaba día a día, lo que me empujó a dejar definitivamente de sufrir fue que mi monitor me dijera que en unos meses estaría como él. Si el tío era feo de cojones.

1 comentario:

  1. No preocuparse, que la belleza está en el interior y un poco de tripilla no importa.

    ResponderEliminar